“ la ingratitud es hija de la soberbia ”
Siendo yo un zagal barbilampiño escuché a mi tío Benigno (hermano de mi abuelo) que su padre, mi bisabuelo Caledonio, le dijo en cierta ocasión: “nunca seas ingrato, por muchos defectos que puedas tener. Si se es agradecido los amigos sabrán perdonar aquellos errores que podáis cometer, pues del ingrato, todas las virtudes que pudiera tener pasan desapercibidas”. Ese mensaje de mi tío, me viene a la memoria demasiadas veces en estos tiempos del desencuentro y de la errónea convicción de que no debemos luchar por ganarnos el respeto y el cariño de quienes nos rodean, de aquellos que nos apoyan, de aquellos que nos ayudan a subirnos al pedestal y a mantenernos en él, como hijos de la soberbia. Esa que practican aquellos que creen que nadie les ha cedido nada y que todo se lo merecen por méritos propios, sin tener en cuenta lo que pudiera suponer el sacrificio para aquellos que ceden, aún a sabiendas que aquello que están cediendo o entregando les corresponde por derecho y justicia. ...