“El derecho, la justicia y la política”


Es difícil en estos tiempos en los que abundan sesudos manipuladores de la razón, de la opinión y de la verdad, poder nombrar esas palabras sin que te entren ganas de airear un improperio. Entendiendo derecho como la facultad de hacer o exigir todo aquello que la ley o la autoridad establece en nuestro favor, no se puede entender que aquellos a los que la Ley se nos aplica no podamos exigir lo que en justicia es nuestro. Y derecho no es, que las Merindades pierdan el derecho histórico a una justicia basada en la igualdad y la proximidad, a una justicia cercana, por la desmedida ambición de un político que en lugar de hacer política pretende pasar a la historia cargándose una parte de la misma.
 
Cuando la política invade la justicia privándonos de nuestros derechos los gobernantes no lo hacen para favorecer al pueblo, lo hacen para intereses poco claros. Cuando la política se utiliza para proteger a unos cuantos, a una casta, en lugar de respetar el principio constitucional “de que todos somos iguales ante la ley” se pierde la esencia misma de la Carta Magna. Cuando el legislador cambia las reglas y no prevalece esa igualdad pasamos a ser ciudadanos de segunda. En un País donde ni el 5% de sus pueblos tiene más de 20000 habitantes y solo dos superan el millón (datos INE), se gobierna y actúa con modos y maneras urbanitas, por lo que el 95% que vivimos en pueblos pequeños (4892 tienen menos de 1000 habitantes, el 60% del total) estamos literalmente lo que se dice jodidos, pues paulatinamente acaban con todo. Se trata de abaratar costes dicen y por ello, que nos zurzan a los pueblos. Las Merindades, por ejemplo, solo Medina de sus 27 ayuntamientos supera los 5000. Nos han desruralizado, pero a lo malo. Han cambiado el equilibrio por un desarrollo ficticio, nada sostenible e insustentable. Todo no puede mirarse con ese criterio. Para la especulación si tenemos un potencial de ciudad, pero para los servicios básicos no lo somos. No es viable disponer de educación, sanidad, justicia o servicios como los vecinos de las ciudades. Todo no puede ser, alegan. Para eso somos de pueblo, gente ignorante, poco formada y fácilmente manipulable. Tontos en una palabra. Así nos llamó recientemente con malas artes en un juicio en Burgos un picapleitos de ciudad (no necesariamente listo) y que se dice abogado. 
 
Nos quitan médicos. El centro de especialidades no ha empezado a funcionar nunca. Nos parchean y estrechan las carreteras, pero no hacen ni un metro de autovía. Reabren Garoña para beneficio de Miranda. Nos colocan el fracking. Y ahora Gallardón va a dejar a Las Merindades sin nuestro juzgado de cercanía y lo convertirá en una sucursal de Burgos, que llaman una “sede desplazada", o lo que es lo mismo un mero registro de papeles. Pretende también este figura, suprimir los partidos judiciales, y así todos vamos a la capital, donde están los listos según el picapleitos.
 
Que manía tiene la política de cargarse derechos que son justicia histórica. Por ejemplo, ¿Por qué no modifican o suprimen las Diputaciones?. Eso que se creó hace 200 años, para dar servicio a pueblos de menos de 20.000 habitantes (en Burgos todos menos 3) y que pocos saben para que sirve, solo que cuesta un riñón. Siempre se ha dicho que es el sitio idóneo para corruptelas, clientelismo y caciquismo. Un lugar donde 25 señores, no elegidos directamente por los ciudadanos, dicen cómo se reparte la pasta. Donde 21 de esos 25 diputados son de las tres lugares donde no tiene competencias la Diputación. Ese lugar no solo no se quita o se arregla, creando un espacio de representación territorial, al contrario se le dan más dinero y competencias. Y claro está en la ciudad, donde los listos.
 
Pero dirán que criticar es fácil pero proponer no tanto. Por ello puedo asegurar que una justicia cercana es más eficiente y de mayor calidad. Porque la justicia ha de estar lo más cerca posible del ciudadano. Por eso, concentrar sedes judiciales en las capitales de provincia no es que sea una mala idea, es hurgar la herida del mundo rural. Y como decía Don Quijote, recordando lo tiempos llamados “Edad Dorada” y buscando la dicha de la felicidad en su discurso a los cabreros, donde nos confirma que aún hoy nada ha cambiado y seguimos buscando esa dicha: «…no había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había asentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había que juzgar, ni quién fuera juzgado.”(Cap. XI Libro I) Salud y justicia cercana.

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