"Mira no me engañes"

     Era principios de la década de 1990 cuando los países desarrollados entraron en una crisis económica y financiera que se alargó 7 años y cuyo origen fue el reventón de la burbuja inmobiliaria de Japón y que agravó la guerra del Golfo y sus consecuencias en las tensiones del precio del petróleo. En España, como las cosas vienen en diferido, gracias a la inversión pública entre 1990 y 1992 para levantar la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona, la cosa se dejó sentir dos años más tarde, pero a lo bestia. En solo dos años (93 y 94) pasamos del 17 a más del 24% del paro y el País sin un duro. Las cifras macroeconómicas que manejaba el gobierno de Felipe González eran alarmantes. La recesión no se podía parar, no había inversión y los beneficios de las empresas caían día tras día. El gobierno se aferró a fuertes inversiones públicas para atajar la sangría que en 1995 empezó a remitir, bajando el paro y con números positivos de crecimiento.

Ya en 1996 Aznar llegó a la Moncloa y cambio de estrategia económica bajo la batuta de un tal Rodrigo Rato (¿les suena?). El gobierno del Partido Popular, (siguiendo la estela de los últimos coletazos del Felipismo que fue cuando comenzaron las ventas de participaciones de las grandes empresas públicas como Endesa, Repsol, Argentaria o Telefónica y que significaron para el Estado unos ingresos de 10.200 millones de euros), apoyó la creación de empleo fundamentalmente en la venta total de esas empresas y alrededor de otras 50 más, entre ellas Tabacalera o Gas Natural además de las anteriores. En 8 años de mandato, pasaron a manos privadas y de muchos colegas, los sectores más estratégicas de la economía española, como la electricidad, el gas, el petróleo, el transporte o las telecomunicaciones. Con ello el Estado trincó un botín de 30.000 millones de euros y nació lo que ahora conocemos como “puertas giratorias”, o dicho de otra manera, despues de político influyente a un asiento bien pagado de un consejo de administración de esas empresas. Aznar también fundamentó su bálsamo de fierabrás para la creación de empleo en el sector de la construcción y sus industrias auxiliares. Este bálsamo animó el endeudamiento privado, la especulación y la burbuja inmobiliaria. Fruto de esa política de barro llegaron en 2008 los lodos de la crisis económica replicante de aquella de los 90 y que ahora padecemos. Si el lector compara estos datos con los del primer párrafo, verán que las grandes cifras se repiten y justo ahora estamos en el año séptimo y electoral. Pero aún le queda tiempo a Rajoy de hacer más  privatizaciones para hacer caja y aliviar el abultado déficit público en el que nos ha metido. Ahora quiere malvender Aena y Apuestas y Loterías del Estado. Quieren dividir Renfe en 4 compañías para regalar lo rentable a los colegas y dejar lo deficitario para todos. O hacer privada la gestión de los Paradores, la sanidad o los servicios sociales y por si fuera poco seguimos pagando una infames tasas judiciales.  

Pero de un análisis sencillo de este recorrido nos encontramos que durante ese tiempo los españoles hemos perdido por mandatos de terceros derechos civiles y sociales básicos, nuestro patrimonio y el poder sobre los sectores estratégicos de nuestra economía. Y todo ello gracias a los dictados de los mercados. Esos que colocaron y obligaron a sus peleles para que gobiernen al dictado de sus antojos. Esos que hicieron que nos endeudaran hasta los ojos para rescatar a los bancos en vez de a los ciudadanos. Esos mismos son los que nos quieren quitar hasta el símbolo del País: la alegría. España, ha sido un País de calle y taberna. De saber trabajar y saber divertirse. También históricamente ha sido un País alegre, con moral del pícaro, pero lleno de gente capaz y honrada, aunque siempre ensombrecido por un mosaico de canallas, ladrones y estafadores, ahora de cuello blanco y paseando libremente.

Ya lo dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano: "La economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado". Qué razón tenía. Da pena ver como entre los jodidos mercados y la teutona han metido a los españoles en casa. Pretenden acabar con su sencillo realismo y su alegre optimismo. Por eso siempre intento acabar con El Quijote porque es el libro que mejor nos define sin duda alguna. Novela que no podía haber sido escrita en otro lugar. España es luces y sombras no solo en su paisaje sino en su vida y carácter. Así que ahora que se aproximan ruidos y promesas de aquellos que nos metieron donde estamos y que dicen tener la fórmula para sacarnos del pozo gracias a los  dictadas del poder económico, conviene que sepan que no somos tontos y que hasta Don Quijote, al que decían loco, cuando descubrió la verdad sobre Dulcinea dijo a Sancho Panza: «Mira no me engañes, ni quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas». (Cap. X, Libro II). Salud y alegría que todo llega.

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